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La castañera


  Hace frío, aunque ella no se queja. A pesar de tener el fuego encendido para asar las castañas en un viejo bidón reciclado a modo de plancha, sin embargo tiene frío.
  Se nota que está próximo el invierno, el otoño ya va dando los últimos coletazos y la lluvia ha dejado paso al frío y al viento, un viento gélido e hiriente. Apostada en la esquina de unos centros comerciales, su peculiar puesto de castañas va cogiendo ritmo a medida que avanza la noche y el frío se hace presente. Las gentes que van de un lado a otro haciendo sus compras, hacen una parada en el puesto para comprar un cucurucho de castañas con que calentar las manos.
-¡Castañas asadas!- anuncia a los viandantes, mientras remueve con una espumadera metálica las castañas para que no se le quemen.
   Es bastante mayor, y la pensión de viudedad apenas le da para comer. Así que cuando llega el otoño recurre a la venta de castañas. Las escasas ganancias que obtiene, la castañera, las deposita en un tarro blanco de cristal que tiene en la estantería de su pequeño salón. Cuando llegan las fiestas navideñas cuenta lo ahorrado y va calculando     la cantidad que le hará falta para hacer un pequeño regalo a sus nietos. Con su pensión apenas tiene para llegar a fin de mes, todo ha subido y ahora en estas fechas los gastos se disparan. 

  Esta noche hace mucho frío, demasiado para sus frágiles huesos. Aterida de frío, se coloca unos viejos y raídos guantes de lana. El viento despide un ligero olor a hielo. Se diría que va a nevar. Caen los primeros copos, un anciano amable le pide un cucurucho de castañas. Ella se lo sirve y le obsequia con una sonrisa. El anciano le da un billete de cinco euros y le dice que se quede con el cambio. La mujer agradecida de la las gracias.
   Ya no soporta el frío y decide marcharse a su casa. Recoge todas sus pertenencias. Al ir a la parada del autobús observa que hay una billetera de piel negra que alguien ha perdido. Está sola, no hay nadie más esperando en la parada del autobús. En la cartera comprueba que hay muchos billetes, los cuenta, unos mil euros. Comprueba si hay algún documento que identifique a su dueño y en uno de los departamentos de la billetera observa el carnet de identidad, es la del anciano que antes le compró el cucurucho de castañas. Mira la dirección y decide devolverla a su dueño.
    Al llegar el autobús pide un billete para la dirección indicada en el carnet de identidad. Durante el trayecto,  le asalta la tentación de qué podría hacer ella con tanto dinero. Por un momento, sueña con todo lo que podría comprar a sus nietos,  quizás un vestido nuevo, y comida caliente durante algunos días. Conforme el autobús se va acercando a la dirección indicada, la castañera sale de su ensoñación y decide que lo mejor es devolver ese dinero a su dueño, quizás esa cantidad es todo lo que tenía ese hombre..¿Quién sabe?
     Al bajar del autobús comprueba que se trata de un barrio  de clase media. Llega la dirección indicada, allí le abre una mujer mayor que enseguida llama a su marido. Al comprobar que la cartera es suya, hacen pasar a la castañera. 
   El matrimonio la invita a cenar, y ella al principio se niega, pero insisten nuevamente. Al final, accede a cenar con el matrimonio. La cena está caliente y a la castañera le sabe a gloria, también se siente feliz de poder conversar mientras cena con alguien más que su vieja televisión. 
  El anciano le explica que el dinero que había en su cartera era parte de las ganancias obtenidas en la venta de billetes de lotería, y otra parte la acababa de sacar del cajero automático próximo a su puesto de castañas. Los mil euros son para entregárselos a su hija y evitar así el desahucio por falta de pago de la hipoteca. La castañera al oír esta historia respira feliz de no haber sucumbido a la tentación de quedarse con el dinero. En agradecimiento por la devolución de la cartera, el anciano le regala a la castañera un décimo de lotería de navidad. Es tarde y la castañera se despide del matrimonio, quienes deciden acompañarla hasta la parada de autobús. 
 Es el día de la lotería, el sonido de los bombos y el canto de los Niños de San Ildefonso resuenan en la calle. La castañera ha ido a comprar un saco de castañas para venderlas esta misma tarde. Después entra a comprar en la panadería y la gente comenta que el primer premio acaba de salir y que ha tocado en la ciudad, alguien comenta que un anciano le vendió hace días un décimo con el número agraciado. A la castañera le da un vuelco el corazón, presiente que es el anciano al que ella le devolvió la cartera. Al llegar a su casa, coge el tarro blanco de cristal en el que guarda sus ahorros y allí está el décimo de lotería. Mira el número y los ojos se le inundan de lágrimas de alegría, es el "gordo de Navidad". Ahora podrá pasar unas navidades alegres, comprar buenos regalos a sus nietos,  comprarse por fin vestidos nuevos y, sobre todo, asegurarse una vejez más feliz. 
  
  

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