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El triste trovador


 En la plaza Mayor de una ilustre ciudad, hace días que un triste trovador purga sus cuitas desgranando bellos poemas, historias de amor con final feliz, y aunque tiene muchas damas que por su amor suspiran, tiene roto el corazón. 
En esa misma plaza, un mendigo invidente suele contar bellos romances de caballeros valientes, pero desde que apareció el noble trovador le han disminuido las ganancias y también los oyentes.

El trovador enamorado, sus bellos poemas eleva cuando pasa la mujer de sus sueños. Más ella no le hace caso y pasa dándole de lado.
 Hubo un tiempo en el que los dos reían, le sonreía la suerte y la dama de sus sueños firmes promesas le hacía. Pero un día el noble caballero, descubrió que la dama le engañaba y que por él su corazón no suspiraba. Así que el noble caballero roto de dolor, cayó en un inquietante silencio y demudó la color. Al poco tiempo, decidió una estrategia la de rendirla a sus pies con sus poemas, y desde entonces cada mañana en la plaza se aposta frente a la taberna a soltar sus penas.
 -"Una mirada del color del cielo,
una sonrisa de luz de luna,
un ángel en la mañana,
cuando por mi lado pasa,
mi razón embelesa.
El mendigo de la esquina al oírlo, no sale de su asombro.
-¡Eh caballero doliente, deje de decir tonterías  que me espanta mis oyentes!- grita el mendigo, mientras se coloca el sombrero e inicia la marcha hacia dónde se encuentra el triste trovador.
 El trovador, que se muestra ofendido, se gira y al comprobar que es el ciego de la esquina se queda quieto y sin saber que decir.
-¿Qué le pasa a vuestra merced?- pregunta el ciego algo harto de este trovador de pacotilla. ¿Acaso no sois vos el conde de Malatesta, caballero de gran valentía y mucha hacienda? 
- Válgame el cielo, que para ser ciego tenéis mejor vista que yo,  ¿en verdad sois ciego o sois por ventura un oportunista?-le responde con sorna y chulería.
-¿Acaso no tenéis hacienda y dinero que ahora os dedicáis a quitarle el escaso público a este pobre ciego?- le responde el mendigo.
- Os ruego me perdonéis, mi intención no era esa, es que de amor he perdido la cabeza.
El ciego murmura entre dientes:
- De ahí te viene el apellido, Malatesta.
-¿Decís algo amigo?- pregunta algo mosca el trovador.
-Nada mi señor conde, me decía a mi mismo que mala cosa el mal de amores.
- Tenéis razón.
- ¿Debe ser muy guapa verdad?- pregunta el mendigo.
-¿Quién?- responde el atolondrado trovador.
-¡Pues quién va a ser, su dama!- responde el mendigo.
-Pues a decir verdad, en realidad no es gran cosa.
-¿Entonces cuál es la virtud por la que su merced tanto suspira?- vuelve a insistir el mendigo, que empieza a parecer una vieja cotilla.
- Veréis, yo diría que tiene un que se yo, que yo que sé que me tiene obsesionado- le responde obnubilado pensando en la dama en cuestión.
-Pues si que me he "quedao" enterado yo ahora.
 En la puerta de una tienda de tejidos situada en la plaza hay un corrillo de damas jóvenes, cuchichean entre ellas y miran de vez en cuando al triste trovador. Desde un carruaje, unos ojos de un verde intenso y enigmáticos le vigilan. 
Hace tiempo que suspira por el conde, pero no sabe como hacer que se fije en ella, una dama de tan alta posición no puede ir por ahí corriendo como una niña detrás de un caballero.
  El trovador y el mendigo se deciden a tomar algo en la taberna de enfrente. Mientras van contándose penas y alegrías, una piedra con mensaje, en la cabeza del conde hace puntería.
-¡Voto a tal! que si pillo al mal nacido que me ha tirado la piedra lo descuartizo- maldice el trovador. Cuando ve que la piedra lleva mensaje incluido, se agacha y recoge la nota-¡Qué diablos!...
-¿Qué ocurre señor conde? contad por ventura y no me tengáis en ascuas, que con esta ceguera no me entero de nada.
- Se trata de una bromita o qué se yo, la piedra llevaba mensajito incluido- explica malhumorado el conde.
-Leed en voz alta y no os guardéis nada, por caridad os lo pido.
-Veamos...
-Eso de ver, lo verá vuestra merced, porque este ciego lo que es ver solo sombras ve.
-¡Pues quien lo juraría!- replica el conde. Bien dejémonos de monsergas y vamos al mensaje. Dice así:
" Perdonad triste trovador mi atrevimiento, hace días que no duermo, ni como, ni en otra cosa pienso. Se que vuestra dama no os ama, más yo al fin del mundo os seguiría"
-Vaya esta si que es decidida señor conde, y ¿quien firma tal mensaje?.
- Por ventura que no la conozco, debe ser extranjera porque no conozco a la tal Lady Marian, ni he oído hablar de ella en ningún rincón de estas tierras- responde algo molesto.
-En ese caso ignore la nota y vamos a tomar nuestro vinito que hace frío- aconseja el mendigo.
  
Han pasado tres días de la nota, y el conde que ha indagado entre algunos amigos, de la tal Lady Marian no han oído hablar.
En la esquina el mendigo aprovecha los rayos de sol para calentar sus doloridos huesos. Coloca su sombrero y empieza a tocar una relajante melodía. A todo esto oye sonar unas monedas que de alegría casi le hacen saltar.
-¿Cómo va eso amigo?-le pregunta una voz.
-¡Pardiez señor conde al pronto no reconocí su voz!-exclama con alegría el mendigo.
-Es que la buena comida y un poco de meditación me han renovado.
-Pues a mi una buena comida me renovarían como mancebo de veinte años lo menos.
-¡Ea pues amigo, vamos a desayunar en la taberna de Don Rodrigo!- invita el conde.
  A mitad del camino,otra piedra da al conde en su famosa testa.
-¡Ay, la madre que la trujo!- exclama el trovador llevándose las manos a la cabeza.
-No me digáis más, otra piedra con notita- responde el mendigo. Y además tiene puntería.
-A fe mía que tiene una puntería certera, la muy....puñetera- responde el trovador.
Al desenvolver la nota comprueba con incredulidad lo que ven sus ojos.
"Mi admirado Alberto, conde de Malatesta.
Por vos yo suspiro, olvidad a esa dama que con desdén os ignora y dejad que entre en vuestro corazón una nueva admiradora...Pronto nos veremos..."
Vuestra admiradora:
Lady Marian
-Intrigante nota, y buen consejo la de la dama extranjera. Yo que vuestra merced olvidaría al cardo borriquero que le tiene como alma en pena, me buscaría una dama que fuese buena.
 Un lacayo real hasta el conde se acerca:
- ¿Don Alberto de Malatesta y Miratierra del Sotillo de la Alameda de Bracamedina y Sotomayor del Condado?-pregunta el lacayo con solemnidad y cara de vinagre.
-Ese mismo soy-responde el conde mirando con extrañeza al avinagrado lacayo.
-¡La madre que me parió!, este conde tiene más apellidos que todos los habitantes del reino juntos- murmura ente dientes el ciego.
 El lacayo con escrupuloso protocolo le hace entrega de una invitación a palacio. El lunes, se celebra un baile muy especial en honor de la princesa Beatriz, con motivo de su veintiún cumpleaños. 
Aunque el conde esos actos no le agradan, le atrae la idea de conocer a la misteriosa Lady Marian.
-Pues mírelo vuecencia con agrado, conocerá a la saetera misteriosa y a la princesa Beatriz que según cuentan es muy hermosa- afirma el ciego mientras da cuenta de un buen vaso de vino y un bocado de suculenta carne a la brasa.
- Eso tengo entendido- responde el conde.
Un joven presumido como un pavo y además entrometido en la conversación toma partido.
-¡Voto a tal! que es hermosa. Bella princesa de cabellos de oro y ojos de esmeralda, de gran inteligencia que arranca más de un suspiro.
-¿Perdóneme amigo, cuál es su gracia?- le pregunta el ciego al joven entrometido.
-¿Acaso me llama gracioso, desvergonzado mendigo?- responde el petimetre con gesto enfurecido.
-¡Que cual es su nombre!- le aclara el Conde que le mira con gesto cansino.
-¡Alexander Vodorievic, príncipe de Mogorcia!- responde el joven con gesto altivo.
  Son muchos los jóvenes que acuden al reino como las abejas a la miel. Según les comenta el príncipe Alexander, los reyes han dado un ultimátum a la princesa para contraer matrimonio eligiendo entre los asistentes al baile o serán ellos los que decidan el pretendiente.
    Llega el día del baile y el conde lleva como ayudante de su cochero a su leal amigo. Al bajar del carruaje confirman lo que les había contado el príncipe Alexander, de todos los rincones del mundo llegan muchos jóvenes que aspiran a ser elegidos por la joven princesa.
    El conde entra a palacio y divisa a la dama responsable de sus penas con un picaflor del tres al cuarto y que presume de riquezas. Al segundo, una palmada en la espalda le hace salir de su tristeza; es Alexander, que le saluda y le guía hasta un corro de damas distinguidas. No obstante, el conde Malatesta es famoso por su gran hacienda y, por tanto, codiciada pieza. Entre las jóvenes se queda embobado con una dama de elegante belleza, de misteriosos ojos verdes que con su mirada atraviesa el corazón del trovador que sin darse cuenta suspira. Más una pelirroja atrevida, agarra del brazo al conde y a bailar le obliga. El conde que no es gran bailarín, traspiés a traspiés hace lo que puede. 
En el otro extremo del baile, Alexander como perro de presa no suelta a la princesa. Y aunque cree que la tiene en el bote, la princesa no quita ojo a nuestro triste y torpe conde.
 Llega la hora de anunciar al pretendiente y Alexander, presumido y engreído, se considera ya como el elegido. El conde trovador que está decepcionado por no haber encontrado a Lady Marian, ha decidido marcharse y del elegido ya se enterará mañana.
 Al encaminarse hacia la puerta, siente un golpe en su cabeza.
-¡Ay, será posible!- exclama el conde.
Pero esta vez no hay nota, sino la mujer más bella de la fiesta, una joven de ojos verdes que le miran fijo.
-A vos conde Malatesta, a vos elijo- le dice la joven, que no es otra que la princesa Beatriz, que ya ha decidido.
 El conde atolondrado se queda enmudecido.
La dama que antes le rechazaba ahora se revuelve de envidia y maldice su desatino, pues acaba de aceptar el compromiso con un picaflor arruinado, mentiroso y mezquino.
 El ciego que ya conoce la noticia baila de alegría por la suerte de su buen amigo. Y el príncipe engreído se ha quedado con cara de pasmado.





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