Era la primera vez que iba a visitar a sus abuelos maternos.
La pequeña Natalia no perdía detalle de todo lo que iban viendo sus pequeños
ojitos. Tanta curiosidad hizo que se marease, así que sus padres decidieron que
lo mejor era parar en la gasolinera más próxima.
Pararon en una gasolinera enorme con servicio de restaurante,
tienda y área de descanso. Aprovecharon para comer algo y estirar las piernas.
La pequeña Natalia pronto se despejó y estuvo jugando un rato con su hermana
Clara y Coque, su perro.
Tras descansar reanudaron el viaje. Natalia se durmió un
ratito, pero al despertar y mirar por la ventanilla se dio cuenta de que
estaban en otra gasolinera. Frente a la gasolinera, al otro lado de la carretera
algo llamó su atención: era una casa enorme con un gran porche y en el jardín se
amontonaban muchos cacharros de todos los tamaños, algunos algo oxidados, pero
de entre esos cacharros sus ojitos se quedaron fijos en un viejo tiovivo. Dio
un respingo en el asiento y pegó su pequeña nariz en el cristal para verlo con
más atención. Coque, su perro- un fox terrier color canela-también miraba
atento tras el cristal moviendo la cola como si adivinara el pensamiento la
pequeña. Los caballitos de aquel tiovivo estaban descoloridos y desconchados
por efecto del sol y la lluvia, amén del paso de los años que les había
conferido un aire casi fantasmagórico. La pequeña los miraba con pena.
Durante el trayecto solo hacía preguntar por qué estaban así,
quién les daba de comer, si ya nadie los quería…y mil cosas más. Su hermana
Clara harta de tanta pregunta intentó fastidiarla para que se callara de una
vez. Le dijo que los caballitos estaban rotos, que ya no los quería nadie
porque estaban viejos. La pequeña Natalia enfurruñada la miró fijamente, la
llamó niña tonta y luego le sacó la lengua, cruzó sus brazos y permaneció
callada y mirando de reojo a su hermana hasta que llegó a casa de sus abuelos.
Saludaron a los abuelos y su abuelo se dio cuenta de la cara
de disgusto de la pequeña Natalia. Sus padres le contaron el disgusto de la
peque por los caballitos del viejo tiovivo de D. Pascual, el feriante. Su
abuelo la tomó de la mano y se la llevó aparte. Coque, el perro también se unió
a la improvisada reunión. Se sentaron en el porche, su abuela le había
preparado un batido de cacao fresquito. Su abuelo le contó una bonita historia.
-Ahora que estamos tú y yo te voy a contar un secreto- le
dijo en voz baja.
-Bueno abuelo, también está Coque-le respondió la pequeña
señalando al fox terrier que estaba atento a la conversación moviendo
impaciente la cola esperando a que empezara el relato.
El abuelo se echó a reír con ganas.
-En ese caso os contaré a los dos un secreto. Hace algunos
años, tantos que yo no recuerdo, mi padre me contó que cuando los dueños de los
tiovivos se retiran se llevan sus caballitos a su jardín por una razón.
-¿Para qué los dejan en el jardín abuelo?-interrumpió
Natalia. Allí se rompen, se mojan y se ponen malitos.
-Verás cuando llega la primavera y la luna llena está en lo
más alto esos caballitos recobran la vida y salen en manada a correr y brincar
libres por la pradera. Allí se reúnen todos de nuevo en una gran familia. Pero
antes de que empiece a amanecer y puedan ser descubiertos, vuelven de nuevo al
tiovivo para que nadie los eche de menos.
-¿Tú los has visto abuelo?- le preguntó Natalia.
-Una noche cuando tenía tu misma edad mi padre fue a mi
cuarto y me despertó. Me llevó hasta un lugar alto del pueblo y desde allí
pudimos verlo todo.
-¡Guau, qué diver!- exclamó la pequeña-a mí también me
gustaría verlo.
-Bueno quizás puedas verlo esta noche-le guiñó el ojo su
abuelo.
Estaba impaciente así que no se durmió. Vio como la luna
llena relucía con fuerza. Su abuelo la llamó, llevaba detrás a Coque que movía
la cola sin parar. Se montaron en el coche y se dirigieron al mirador del
pueblo. Desde allí se podía divisar todo el pueblo, incluido el jardín donde
estaba el tiovivo. Al mirar al cielo vieron que la luna estaba en lo más alto y
brillaba más que nunca. Desprendía un color azulado que nunca había visto y
como en un sueño se fijó en el tiovivo. Lentamente todo se iba llenando de
color, aquellos caballitos parecían tener vida, se movían. Empezaron a correr
hacia el bosque todos en grupo. Se fijó que el líder de aquella manada era un
caballo blanco hermoso como la luna.
Natalia se quedó con la boca abierta y entusiasmada. Coque saltaba y de
vez en cuando daba un ladrido. Después
desaparecieron de su vista.
-¡Qué bonito abuelo!
-¿Te ha gustado?
-Sí muuucho abuelo- respondió feliz-¿podemos quedarnos hasta
que vuelvan?
-Lo siento pequeña pero es muy tarde, y las niñas y los
abuelos tienen que irse a dormir si no nos castigarán mañana.
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